Virus

Relato suspense

Género: suspense.

Sinopsis: El dueño de una farmacéutica se dirige hacia su empresa cuando presencia una escena del todo inusual.

Y lo que iba a ser un día cualquiera, se convierte en su peor pesadilla.

Tiempo de lectura: 15 minutos.

El día comenzó como cualquier otro en la vida de Tomás. Despertó con la apacible música clásica de su despertador, en su cama King Size, y se permitió quedarse un rato más entre las sábanas, pensando en la buena vida que tenía y subiéndose la autoestima. Cuando le pareció que su momento de egolatría mañanero ya había sido suficiente, acomodó sus pies en las zapatillas de seda, agarró el mando de control de los grandes ventanales que rodeaban el piso y pulsó un botón. La opaca ventana comenzó a tornarse translúcida, permitiendo que poco a poco la tenue luz de la mañana inundase la vivienda.

Se dirigió al intercomunicador de la cocina y avisó para que le trajeran el desayuno. Tras esto se encaminó a su desmesurado ropero para elegir qué traje iba a vestir hoy. Eligió uno azul marino que nunca antes había vestido, pues solo se permitía estrenar en las ocasiones especiales, pero el aspecto matutino que lucía la ciudad le decía que hoy sería un buen día.

Antes de acabar la mañana se daría cuenta de cuán equivocado estaba.

Fue hacia el baño, mientras se hacía el nudo de la corbata, pero justo entonces pegaron a la puerta, debía ser el desayuno. Abrió, agarró su desayuno y asintió, no le apetecía gastar saliva dando las gracias. La comida venía una bolsa hermética envasada al vacío, un lujo que solo algunos podían permitirse, pero algo totalmente necesario dada la cantidad de virus y bacterias que pululaban por el ambiente. Dejó la bolsa en la barra americana y antes de volver al baño dijo:

—Sophia, llama a la empresa de transportes.

—Buenos días señor Tomás —respondió una voz femenina que estaba muy cerca de sonar totalmente humana— ahora mismo lo hago.

Una vez la empresa contestó les repitió metódicamente lo mismo que todos los días: que hubiese un conductor dentro de veinte minutos en su puerta. Al terminar la llamada miró su reloj y pensó que el conductor tendría que esperarlo hoy un poco más de lo normal. Volvió al baño para atusarse, y lo hizo sin ninguna prisa. Después comenzó, también con calma, a tomarse su desayuno.

Tomás era dueño de una pequeña compañía farmacéutica que a pesar de no ser, ni mucho menos, como otras grandes empresas, le había hecho de oro. Esto se debía a que los medicamentos y vacunas eran bienes muy necesarios, por lo que su valor en el mercado se había disparado, haciendo que siquiera los gobiernos pudieran permitirse ofrecerlos de manera gratuita. Por ende, estos ahora eran un lujo que solo podía permitirse la clase alta y habían convertido a las farmacéuticas en corporaciones millonarias que dominaban el mundo.

Una vez terminado el desayuno, se lavó los dientes, se bañó en colonia cara, cogió su maletín y bajó en el ascensor los treinta y dos pisos de su edificio mientras sonaba una música relajante.

Abajo ya estaba el conductor, que había tenido que esperar quince minutos de más, preparado para recibirlo. Este saludó a Tomás reverencialmente y le abrió la puerta trasera para que entrase.

A través de los cristales tintados podía apreciarse como se erguía la ciudad. Grandes edificios impedían a los rayos del sol pasear por las avenidas de la metrópolis, tan altos que daba la sensación de que una cúpula rodeaba la urbe, pues apenas podía verse el cielo. El estrépito bramido de las calles, constituido por bocinas y sirenas de vehículos, el bullicio de los transeúntes y el rugido de máquinas de construcción, apenas era un leve zumbido dentro del vehículo insonorizado. Tomás sacó su tableta electrónica y aprovechó el viaje para organizar el día.

Una vez llegados a su destino se bajó del vehículo, sin mediar palabra con el conductor, y se dirigió a la entrada del edificio cruzando la gran plaza que se encontraba delante de este.

Unos gritos llamaron su atención. Se giró y vio un hombre tratando de zafarse de unos policías vestidos con trajes de protección.

—¡Tiene que ser un error! —Decía el hombre— ¡soltadme!

Uno de los agentes sacó su pistola eléctrica y le dio una descarga que lo dejó en el suelo, lo cogieron y lo llevaron hacia un furgón negro que había aparcado en la carretera.

A Tomás el hombre le resultaba familiar, tenía la clara sensación de que había visto esa cara antes, de hecho, le parecía que lo había visto en varias ocasiones.

Observaba la escena mientras caminaba en dirección al edificio, tratando de recordar de que lo conocía, cuando de repente chocó contra alguien.

—Policía, control rutinario.

—Disculpe agente, debe de haber un error.

—No hay ningún error, control rutinario —repitió el policía, esta vez con un tono más duro— muéstreme su identificación.

No era posible, jamás la policía se había puesto en esta zona a hacer controles de enfermedad, por esta zona no vagabundeaba gente soez. Y ese hombre, al que habían metido en el camión, parecía ser de clase alta ¿Para que le iban a hacer un control rutinario a alguien así?

Tomás sacó su identificación. Los agente vieron que era de color verde, lo que significaba clase alta, y sonrieron.

—Soy el dueño de esta empresa que tienen delante —comenzó Tomás con aires de superioridad— están cometiendo un error, deberían estar en los barrios de mierda encerrando a bajunos para…

—Cállate y abre la boca —dijo uno que sostenía un analizador de saliva.

Tomás nunca antes había visto un analizador de ese tipo, ni tampoco había visto jamás a unos agentes tratar así a alguien de su clase. ¿Por quien lo han tomado? ¿por un don nadie? Estos desgraciados no saben donde se han metido. Le habían arruinado el día pero el les iba a joder la vida.

—¿Quiénes se creen que son ustedes? No pueden tratarme así ¿no han visto mi identificación? ¡Clase alta! —dijo Tomás alzando la voz y señalando su identificación.

Uno de los policías sacó su pistola eléctrica e hizo un amago de darle una descarga, Tomás se sobresaltó alzando las manos, como suplicando clemencia. El agente se rió, estaba disfrutando con la situación y Tomás se ruborizó.

—Les aseguro que están cometiendo un error —dijo más apaciguado.

Se dio cuenta de que los dos policías que habían arrestado al hombre se habían colocado tras él, ahora eran cuatro los que le rodeaban y toda la plaza estaba mirando la escena. No quería continuar durante mucho tiempo más con este espectáculo y accedió a someterse a la prueba con tal de que acabara cuanto antes.

Abrió la boca y le introdujeron el analizador de saliva. Al segundo emitió un pitido agudo y el agente lo sacó, miró los resultados y asintió a sus compañeros.

—Tiene que venir con nosotros —dijo uno de ellos agarrándole del brazo.

Tomás se zafó de él, pero otro se le echó encima agarrándole el otro brazo y un tercero le puso unas esposas.

—¿Pero qué están haciendo? ¿Se han vuelto locos? —gritó Tomás sin importarle ya que toda la plaza lo estuviera mirando.

Los agentes lo llevaron hacia el furgón sujetándole los por los brazos, que tenía cruzados en la espalda, mientras él, con los pies casi en el aire, no paraba de patalear. Uno abrió la puerta del vehículo y lo lanzaron dentro sin ningún escrúpulo.

La persona que habían arrestado se encontraba en el suelo de este esposada e inconsciente.

—Creo que con estos ya tenemos suficiente —dijo uno de ellos.

El vehículo no parecía ser de policía, no tenía ni radio, ni distintivos, ni nada que Tomás suponía que tenía que llevar un vehículo policial, lo que hizo que este perdiera los nervios. Antes de que uno de ellos cerrara la puerta trasera Tomás se abalanzó contra ella y trató de salir corriendo, pero el guardia sacó una porra extensible y le golpeó con fuerza haciendo que perdiera el equilibrio y cayera al suelo golpeándose la cabeza.

Lo cogieron entre dos y lo volvieron a meter en el furgón.

Después se montaron, arrancaron y se fueron del lugar rápidamente.




La parte trasera de la furgoneta estaba totalmente vacía, tan solo había unas superficies alargadas y cuadradas que hacían de asientos en los laterales.

Tomás se encontraba aturdido por el golpe pero hizo un esfuerzo por incorporarse y sentarse en el frío suelo, que no debía ser mucho más duro que las superficies donde descansaban los agentes. No entendía nada ¿Cómo era posible que hubiese dado positivo? Estaba vacunado de todo y tomaba a diario las mejores vitaminas del mercado, su cuerpo era una fortaleza infranqueable para todos los virus y bacterias conocidos.

—¿En qué enfermedad he dado positivo? —preguntó cabreado.

Ninguno de los agentes contestó.

—¡Que alguien me responda ahora mismo! —Exigió— Según la constitución tengo derecho a saberlo.

A uno de los agentes se le escapó la risa.

Entonces Tomás se dio cuenta de que no iba a conseguir nada por las malas, ya lo había intentado y no le había dado frutos en esta ocasión, a pesar de que en otras muchas sí. Trataría de hacerlo de otra manera, puesto que no quería perder toda la mañana por una tontería. Suspiro profundamente y comenzó a decir:

—Miren, les pido disculpas por como me he portado antes, pero estaba nervioso, ya saben, el estrés del trabajo y todo eso. Como ya les he dicho soy dueño de una gran empresa farmacéutica por lo que estoy vacunado de todo, esto debe de ser un error. Solo les pido que por favor repitan la prueba, entiendo que hacen su trabajo y puedo compensarlos por como me he comportado antes.

Ninguno de los agentes abrió la boca.

El hombre que estaba tirado en el suelo comenzó a moverse lentamente mientras emitía un leve gimoteo. Tomás lo miró deseando que despertara, quizás entre los dos podrían hacer algo. El hombre abría los ojos y los entrecerraba, quizás enfocando, después los cerraba con fuerza como tratando de recordar dónde estaba y que le había pasado. Tras un instante de recapitulación se incorporó bruscamente.

—¿Qué me han hecho? ¿Están locos?

Sin duda ya estaba lo bastante consciente.

—¿Nos conocemos? —preguntó Tomás rápidamente.

El hombre se giró como pudo y lo miró.

—¿Don Tomás? ¿Qué hace usted aquí?

Le bastaron esas simples palabras para recordar quien era ese hombre. Claro que lo había visto antes, de hecho lo había entrevistado hacía años, cuando aún él estaba presente en las entrevistas, incluso había estado alguna que otra vez en su oficina para entregarle documentos. Era un trabajador de su empresa. Se sintió estúpido por no haberlo recordado antes.

Tomás se encogió de hombros. Sinceramente no tenía ni idea de que estaba haciendo ahí, de hecho aún no se lo creía. Por un momento se le pasó por la cabeza la idea de que quizás todo era un sueño.

La furgoneta pasó por un bache y dio una sacudida, haciendo que se golpearse los huesos del trasero con la rígida superficie del vehículo. El dolor le hizo cerciorarse de que no estaba soñando. Pensó que los estaban tratando como animales, o aun peor, como si fueran de clase baja, eso era lo que más le cabreaba. Un ardor comenzó a surgir de su estómago y a invadir todo su cuerpo, pero hizo un esfuerzo y controló esa rabia. Para dejar de pensar en ello preguntó a otro detenido con desgana:

—¿Y qué haces tú aquí?

El hombre simplemente meneo la cabeza de un lado para el otro, pues tampoco tenia ni idea de que estaba pasando.

Tomás se levantó, con cuidado de no perder el equilibrio, para sentarse en el asiento; uno de los agentes levantó la mirada e hizo el gesto de levantarse, pero Tomás hizo un gesto que indicaba que solo se iba a sentar y este se relajó. Aun estando de pie aprovechó para mirar por el cristal que separaba la parte trasera de la cabina, para ver por donde iban, entonces se percató de que esa calle no les llevaba a otro sitio que a las afueras de la ciudad y allí no había ninguna comisaria. Se sentó mirando al suelo, o más bien la nada. ¿A dónde nos estamos dirigiendo?

Tras unos segundos buscando alguna respuesta convincente alzó la mirada y preguntó:

—¿A dónde vamos? Díganme ahora mismo hacia a dónde nos estamos dirigiendo o…

¿O qué? Se preguntó a sí mismo, ¿que podía hacer? El frío de las esposas en sus muñecas, la ignorancia de los agentes hacia ellos y la incertidumbre que le dominaba, le hicieron sentir como un despojo, como alguien a quien nadie escucha, alguien que no tiene derechos y a quien todo el mundo evita. Por primera vez en su vida se sintió como alguien de clase baja.

—¿Qué ocurre? —preguntó su empleado.

—No lo sé —contestó Tomás— Solo sé que no vamos hacia ninguna comisaria, nos dirigimos a las afueras.

-Oh mierda, mierda —gritó el hombre del suelo mientras se movía con fuerza y pataleaba.

Uno de los agentes se levantó, sacó su porra y comenzó a golpearlo sin mesura. Tomás observaba la situación estupefacto mientras que su vientre se contraía y un temblor se apoderaba de él. En uno de los golpes algo de color rojo se le cayó de un bolsillo al supuesto agente. Tomás se fijó, y en cuanto se dio cuenta de lo que era, todas sus peores sospechas se consolidaron. Entonces su mente se nubló impidiéndole pensar con claridad, y como si él ya no fuera dueño de sus actos, quizás guiado por un impulso de supervivencia, se levantó y arremetió contra uno de sus secuestradores.

Este cayó al suelo sobre el objeto rojo.

—¡No son policías! —gritó Tomás— ¡su identificación es de clase baja!

Su empleado comenzó a dar patadas a la persona que había caído mientras lloraba y gritaba sin control. Tomás trató de empujar al otro pero la furgoneta frenó en seco y ambos cayeron, quiso levantarse rápido pero le resultó imposible debido a que estaba esposado.

El sonido de una pistola eléctrica fue lo último que escuchó antes de quedar inconsciente.





Tomás despertó tumbado sobre una superficie acolchada, trató de abrir los ojos pero los párpados le pesaban, intentó mover sus brazos pero no le respondían, probó con sus manos y apenas pudo, después con los dedos, logrando únicamente levantar el anular levemente y dejándolo caer tras unos segundos, como si hubiera hecho un gran esfuerzo. Pudo ver, a través de la diminuta grieta de sus ojos entornados, que se encontraba en una habitación completamente blanca, exceptuando algunos puntos oscuros y varias manchas verdes que se movían de un lado para otro. Trató de centrarse en escuchar, pero solo podía oír zumbidos. ¿Dónde estoy? ¿Que me han hecho? Los pensamientos eran como ladrillos dentro de su cabeza y el simple hecho de tratar de responder preguntas absorbía toda su energía.

Intentó hablar pero solo salieron sonidos extraños de su boca.

Una de las manchas verdes se giró hacia él y dijo algo, después se acercó, sacó de su bolsillo un instrumento que emitía una intensa luz y le apuntó a los ojos mientras sujetaba sus párpados para que no cayesen. A Tomás le habría encantado moverse pero sus músculos seguían sin responder. La mancha verde le soltó la cabeza, una vez había terminado de deslumbrarlo, y esta cayó de lado como un cuerpo inánime permitiéndole ver que tenía un pequeño tubo que salía de su antebrazo. Quizás una vía.

Debo estar en un hospital, pero ¿Qué me ha pasado?

Hizo otro esfuerzo por recordar algo, pero su memoria era como las turbias aguas de un pantano. Él buceaba por este sin ningún equipo y sin saber muy bien que estaba buscando cuando de repente, un rayo de luz penetra a través de las sucias aguas y le permite ver algo que resplandece al fondo. Nada hacia allí y encuentra algo: un pequeño recuerdo de él en la plaza viendo como arrestaban a una persona. Justo entonces siente la presencia de algo más nadando por ese pantano, algo que le acecha, el cielo se nubla y el haz de luz que lo guiaba desaparece haciendo que el recuerdo se desvanezca. Siente que la presencia está muy cerca de él, casi a su lado, pero no le quedan fuerzas para huir. Entonces se deja atrapar por esa cosa, que no es otra que un sueño profundo.

Se despertó al sentir un dolor en el brazo, abrió los ojos y vio a alguien totalmente tapado de cabeza a pies, con un traje de seguridad, sacándole sangre.

-¿Qué me ha pasado? -Logró balbucear.

La persona no le respondió, tan solo se dirigió a otra, que estaba al otro lado, y dijo:

-Este está más espabilado.

Tomás pudo ver a otro médico, también con traje de seguridad, que se encontraba observando a alguien tumbado en otra camilla. Dijo algo pero no pudo entender bien que. El que estaba con él retiró la aguja y se dirigió a una estantería.

-Que alguien me diga algo, por favor. —Trató de decir Tomás.

La persona volvió con un frasco y extrajo con otra aguja el líquido de este.

—¿Qué es eso? —preguntó.

No le hizo ningún caso. Fue a inyectar la sustancia en la vía pero de repente la dejó sobre una mesa y se dirigió rápido hacia el otro lado de la estancia. Tomás miró hacia allí y vio como la persona que estaba en la camilla de al lado comenzaba a convulsionar. Más personas con trajes se acercaron pero no hacían nada. Tomás escuchó algo, era una puerta, alguien más entró a la habitación y se acercó a la camilla con una libreta. El cuerpo del enfermo se agitaba ahora violentamente y de su garganta brotaban sonidos desgarradores junto con una sustancia espumosa. Algunos de los médicos lo agarraron de sus brazos y piernas mientras el de la libreta tan solo se dedicaba a tomar apuntes impasible. Los ruidos cada vez sonaban más apagados, como si se estuviera destrozando la faringe.

Tomás observaba la imagen pálido como las paredes y con un nudo en sus intestinos.

Tras un rato, que él no podría decir si fueron minutos u horas, paró de convulsionar y se quedó manso. Tomás dejó salir el aire de sus pulmones y se percató de que llevaba un tiempo sin respirar. El que cogía apuntes tomó el pulso al enfermo y después apuntó algo más en la libreta, mientras, otro médico tapaba el cuerpo de pies a cabeza con una manta.

Estaba muerto y nadie había hecho nada. Tomás empezó a temblar, esos no parecían doctores, ¿Qué médico se dedica a observar mientras una persona muere de esa manera? Trató de incorporarse torpemente tirando al suelo todas las cosas que habían sobre la mesa adyacente a su cama y uno de los presentes se dirigió rápido hacia él, agarró la jeringa que se encontraba en el suelo y fue a inyectarla en el cánula que se dirigía a sus venas. Tomás trató de arrancarse la vía para que el líquido no llegara a su sangre, pero justo sintió que unas manos le agarraban el brazo opuesto, después otras, otras, y cuando se fue a dar cuenta estaba rodeado de personas que lo sujetaban con fuerza.

-Dejadme —comenzó a gritar pataleando con las pocas fuerzas que le quedaban.

Estaba completamente inmovilizado y gritando, sin siquiera saber que estaba diciendo. Cada vez más seguro de que no se encontraba en un hospital ¿Cómo iban a tratar así a alguien de clase alta?

El agobio comenzó a transformarse en una ansiedad que le impedía respirar satisfactoriamente y empezó a hiperventilar.

Otro rayo de luz penetró en el oscuro lago de su memoria iluminando un objeto pequeño de color rojo. Podría ser un recuerdo aleatorio, pero algo le decía que no, que ese objeto podría responder a la pregunta de donde se encontraba, o al menos, a la de cómo había llegado hasta allí. Trató de enfocarse en él mientras seguía intentando zafarse de las manos que le oprimían, a sabiendas de que era imposible.

El médico, o quien quiera que fuese, terminó de inyectar todo el líquido en la vía.

Mientras tanto Tomás seguía pensando en ese objeto, y tras un esfuerzo mental superlativo, consiguió verlo con claridad: era una tarjeta de identificación roja. Las turbias aguas comenzaron a aclararse. Esa tarjeta de clase baja la tenía uno de los policías que lo habían traído a este lugar. Entonces el lago se volvió totalmente cristalino y lo recordó todo. Recordó a su trabajador en el suelo de la furgoneta, gritando y llorando, también cuando él empujó a ese policía, o más bien a esa persona que se estaba haciendo pasar por policía, y recordó el sonido de la pistola eléctrica.

Debería estar aún más nervioso tras tomar lucidez, pero por el contrario, se sentía más relajado. La ansiedad comenzó a esfumarse. Los médicos le soltaron pero aun así él no se movió, no porque no pudiese, más bien porque no le apetecía, pues se sentía sumamente calmado, le daba igual todo lo que ocurría a su alrededor, ya no se preocupaba. Sin duda la sustancia ya había llegado a su sangre. Todo parecía estar bien y, de nuevo, se dejó atrapar por la cosa del lago. Pero esta vez era un sueño mucho más placentero.



Tomás abre los ojos en la comodidad de su amplia cama, la luz matutina entra tímidamente por el ventanal. Un sentimiento de tranquilidad se apodera de todo su cuerpo, suspira y después sonríe mientras se estira. Agarra las sábanas y se tapa hasta el cuello, hoy se permitirá llegar más tarde al trabajo.

Tras un rato de relax recuerda la pesadilla, e involuntariamente comienza a recrearla con los vagos recuerdos que mantiene de esta. Un escalofrío recorre toda su espina dorsal poniéndole la piel de gallina.

Se levanta de la cama y va al baño, abre el grifo y mientras se está lavando la cara tiene la sensación de escuchar algo, pero lo ignora. Se la seca y vuelve a escuchar algo, esta vez con más claridad que la anterior. Se queda parado para concentrarse en los ruidos y justo suena otro, un golpe seco, es una de las puertas de los muebles de la cocina.

Se queda de piedra, sin lugar a dudas hay alguien en su casa.

Se acerca sigilosamente a la cocina sin parar de escuchar ruidos: cajones abriéndose y cerrándose y los cubiertos de plata chocando unos con otros en su interior, movimiento de sillas y de muebles, pasos, muchos pasos; deben de ser varias personas. Piensa durante unos segundos y vuelve hacia su cuarto para coger el móvil y llamar a la policía. Se acerca a su mesilla de noche y lo coge, pone su cara frente a este, para el desbloqueo facial pero no lo hace. Prueba a hacerlo manualmente y tampoco enciende. Mierda debe estar sin batería, piensa a la vez que lanza el móvil a la cama.

Tiene que hacer algo.

Se dirige hacia la cocina semi agachado y dando pasos sigilosos. Su plan es simple: en cuanto tenga la puerta de la salida cerca echara a correr. Le pueden robar la casa entera si quieren, tiene dinero para comprarse otra igual, pero vida solo hay una y la suya vale demasiado como para perderla por una tontería.

Llega la pared que da paso a su cocina, coge aire y trata de asomarse pero el miedo no se lo permite. Suelta el aire y respira hondo tratando de relajarse en tanto que busca, en su interior, la valentía para asomarse. Una vez que ya ha encontrado el suficiente valor, lo hace.

Al observar la escena está a punto de emitir un alarido pero consigue contenerse. Vuelve a esconderse tras la pared y su respiración se torna mucho más agitada. La cocina está llena de personas con trajes de seguridad verdes que andan de un lado para otro, sobre la barra americana hay alguien tumbado con los brazos caídos por los lados, tiene una vía en uno de ellos y parece que le están haciendo varias pruebas: le toman la tensión, le sacan sangre… Se asoma de nuevo y justo uno de los médicos, que estaba tomando apuntes en una libreta, se aparta y Tomás puede ver la cara a la persona que está tumbada.

Es él mismo.

Esta vez no puede resistirse a gritar.

Abrió los ojos e inspiró violentamente, una bocanada de aire frío penetró por su garganta, ese no era el ambiente de su casa, ni esa cama era tan cómoda como en la que él dormía a diario. Miró alrededor, estaba aturdido y confundido, pero apenas requirió de unos segundos para realizar que no estaba en casa.

Se encontraba solo, en una habitación con las paredes de gotelé color crema, sobre una camilla de hospital, con una vía en el brazo y un montón de máquinas alrededor conectadas por cables a su cuerpo. Estaba empapado en sudor. A pesar de parecerle otra pesadilla se percató rápidamente de que estaba totalmente despierto y el mundo se le cayó encima. Estaba sumamente cansado pero, no obstante, trató de hacer un esfuerzo para recordar donde estaba y como había llegado hasta aquí.

Y lo logró, pese a que los últimos recuerdos se encontraban dispersos entre una niebla de amnesia.

Comenzó a quitarse con suma dificultad, pues apenas tenía energía, todos los cables que se encontraban conectados a su cuerpo mediante ventosas. También la vía se la arrancó de un tirón y un delgado chorro de sangre salió disparado por el orificio donde esta se encontraba inyectada. Respiró hondo un par de veces hasta que el dolor se disipó y retomó las pocas fuerzas de las que disponía. Se levantó de la camilla pero las piernas no le respondían correctamente y cayó al suelo clavando las rodillas. Estaba más débil de lo que pensaba, sin embargo, puso toda la voluntad que tenía, se levantó y se dirigió a la puerta de la habitación con movimientos torpes. Giró de la manecilla, sospechando que estaría cerrada, pero sorprendentemente no lo estaba; salió al pasillo y comenzó a caminar por él usando la pared como punto de apoyo para no caerse de nuevo. El lugar estaba sumido en la penumbra, solo una pequeñas luces lo iluminaban, pues las más grandes estaban apagadas. Justo cuando iba a girar hacia el pasillo de la derecha, escuchó el ruido de una puerta abrirse y casi pierde el equilibrio del susto. Tras recuperarse del sobresalto, se asomó cautelosamente y vio a dos personas arrastrando una camilla con una persona tapada por completo por una sábana. Por suerte para él, estos avanzaron en la dirección opuesta.

Más cadáveres, pensó, y se dejó caer al suelo de culo maldiciendo su suerte. Estaba tan débil que hasta esta fría y dura superficie le parecía un buen lugar para descansar, su cuerpo se lo estaba pidiendo a gritos. Pero no era el momento, tenía que salir de ahí como fuera y parecía que ahora era la mejor ocasión de hacerlo, pues debía ser de noche y la mayoría estarían descansando. Puso todas las fuerzas que le quedaban para tratar de levantarse pero no eran suficientes y volvió a caer. Quizás si que tengo que descansar un rato, pensó, cerró los ojos y se prometió que solo sería un minuto, quizás dos…

Sintió que tras sus párpados la luz ahora era más intensa. Abrió los ojos y se deslumbró, el pasillo estaba bañado por la luminosidad de los focos más grandes, colocó su la palma de la mano en la frente, para hacer de visera, y sintió que un calor febril emanaba de su cabeza. Tuvo que esperar unos segundos para que su vista se acostumbrara a la claridad.

Mierda, debo de haberme quedado dormido.

Se estaba levantando poco a poco cuando escuchó unos pasos a lo lejos, miró hacia allí y vio a una persona acercándose a él mientras miraba una libreta, parecía que no le había visto. Hizo un gran esfuerzo y avanzó por el pasillo de la derecha mientras la idea de conseguir escapar de ahí se iba desvaneciendo a cada paso que daba, pues sus energías seguían siendo mínimas. Entonces empezó a escuchar también pasos al frente, justo otra persona giró por el pasillo contiguo y lo vio.

¡Eh! —Gritó mientras se acercaba a un botón que estaba en la pared y lo pulsaba.

Una estruendosa alarma comenzó a sonar, esta penetró por sus tímpanos como si fuera un destornillador, produciéndole un dolor de cabeza atroz. Aun así se dio la vuelta para tratar de escapar, sin muchas esperanzas de conseguirlo, por un tercer pasillo. Respiraba con dificultad y empezó a ver como puntitos negros se posaban frente a él, las rodillas parecían no poder soportar su peso y comenzaba a virarse hacia la izquierda a pesar de que su mente le daba la orden de seguir de frente. Escuchaba pasos y gritos a su espalda que parecían alejarse, sin embargo estaba seguro de que se dirigían hacia él, y los puntos negros cada vez eran más grandes, ocupando ya casi la totalidad de su vista. Ya no tenía fuerzas siquiera para mantener los ojos abiertos, así que los cerró y dejó que su cuerpo continuara guiado por la inercia, zambulléndose en un océano de oscuridad.

 

Tomás despertó de nuevo en la habitación donde había estado antes, pero esta vez no se encontraba solo. Apenas podía sentir levemente una presencia a su lado, sus sentidos no le permitían adivinar mucho más. Ya no tenía ninguna fuerza, sus reservas de energía parecían haberse agotado, no tenía ni para abrir los ojos, ni para hablar, ni siquiera para intentar mover un simple dedo. Hasta el peso de su propio cuerpo le molestaba.

Intentó decir algo pero no lo consiguió, acto seguido sus dientes castañearon del frío, pues las sábanas sobre las que yacía se encontraban empapadas de su propio sudor gélido.

—Tranquilo —dijo la persona que se encontraba a su lado mientras lo arropaba con la manta— no trate de hacer ningún esfuerzo, así todo será mejor para usted —esperó un segundo y añadió— y para nosotros.

Tomás solo sintió las vibraciones de sus tímpanos, quizás su cerebro estaba tan cansado que ni se molestaba para traducirlas en palabras. Giró muy lentamente su cabeza para dirigir la mirada hacia donde venía el sonido de la voz pero no consiguió ver más que una gran mancha borrosa.

—No le queda mucho tiempo, tratemos de que al menos este sea lo más ameno posible.

Esta vez pudo entender algunas palabras de su interlocutor, y estas se quedaron rebotando en su mente, de un lado para otro. No le queda mucho tiempo. A pesar de ello no podía sentir pena, ni rabia, ni frustración. Su mente se encontraba en un oscuro letargo, en un extraño limbo; quizás por las drogas que le habían suministrado, o quizás porque ya se encontraba más del lado de los muertos que de los vivos. Pero qué más daba, no tenía nada que hacer, y aunque tuviera alguna oportunidad, tampoco tenía ganas ni fuerzas de luchar por su vida. Simplemente sentía la necesidad de dejarse llevar.

—Quiero que sepa que no es personal —comenzó a decir su acompañante, con una voz ronca que sugería avanzada edad —le tocó a usted como pudo haberle tocado a cualquiera. Todos estamos muy agradecidos por su trabajo y creemos que al menos merece saber la verdad de lo ocurrido, antes de que abandone este mundo.

Tomás pudo entender estas últimas palabras casi a la perfección, pero no sentía ningún interés por saber nada. Preferiría morir en la incertidumbre y seguir levitando tranquilamente por el oscuro pasaje en el que se encontraba su alma, dirigiéndose hacia esa fuente de luz que resplandecía inmaculada y parecía estar llamándole. Pero ese hombre no se callaba, por lo que no le quedaba otra que escuchar, ahora que su cerebro se había decidido por traducir.

—Los virus nunca antes habían entendido de clases, pero ustedes… —estas últimas palabras rasgaron su garganta y comenzó a toser a través de su traje de protección— Disculpe ¿Por dónde iba? —Pensó durante unos instantes mientras carraspeaba y continuó— Ah sí, ustedes con vuestras estúpidas políticas de segregación habéis logrado, a vuestro favor, que ellos sí que entendieran de clases. Pero esto va en contra de la naturaleza y en algún momento ella tendría que igualar la balanza. Para eso estamos aquí nosotros, y usted puede sentirse orgulloso de ser partícipe.

El hombre pareció levantarse y su voz comenzó a sonar un poco más lejana, pero aún clara.

—Ha sido uno de los primeros infectados con una nueva arma biológica que supondrá el inicio de una revolución a escala mundial. En este momento habrá muchos como usted, pero por desgracia, las muertes son necesarias, son daños colaterales.

Tomás trató de decir algo, pero sus labios no respondieron y las idea se quedó vagando, huérfana de palabras, por su cabeza: eso no es una revolución es un atentado.

—Pero si le sirve de consuelo, no todo el mundo cogerá este virus. Está preparado para que ataque solo a los que tengan los anticuerpos que produce la vacuna del Covax, que como usted bien sabrá, es una de las necesarias para ser de clase alta.

Tomás empezó a sentir un fuerte dolor de cabeza que le hizo revolverse levemente en la cama. Su acompañante se percató de ello y fue hacia una estantería que se encontraba al lado; cogió un frasco, una jeringuilla con la que extrajo una dosis de este, y la inyectó en la vía que conectaba con Tomás.

—Tranquilo, no somos tan malvados como estarás pensando, me ocuparé personalmente de que no sufra en estos últimos momentos. Ha tenido más suerte que los otros que se infectaron antes, pues ellos tuvieron una muerte dolorosa, ya que no podíamos tratarlos con ningún medicamento para ver hasta dónde podía llegar nuestra… —iba a decir arma, pero paró justo antes de decirlo, pensó un segundo y rectificó— creación. Ya sabemos que funciona a la perfección, justo como habíamos planeado, así que usted podrá tener una muerte más… —se paró de nuevo para encontrar la palabra perfecta— agradable.

El dolor de Tomás comenzó a desaparecer paulatinamente, emergiendo tras él una desmesurada sensación de placer.

—Hicimos de la salud un negocio y un lujo que solo podían permitirse los acomodados. Después nosotros, la clase alta —dijo mientras sacaba una tarjeta de identificación verde de un bolsillo y la ponía frente a los ojos de Tomás, que solo podía ver una mancha esmeralda— comenzamos a tratar a los que, por nuestra culpa, no podían permitirse ser sanos como animales enfermos, los denominamos «clase baja´´ y los repudiamos. Yo tuve suerte de pertenecer a una adinerada familia, ¿Pero qué hubiera sido de mi de no haber sido así? Estaba cansado de ver esa desigualdad, nos creíamos los amos del mundo, Dioses. Pero solo somos humanos, como cualquier otra persona, pertenezca a la clase que pertenezca. La naturaleza me ha elegido a mí para recordarlo. Y no crea que disfruto con ello, se que se avecina mucho sufrimiento, pero así es la vida. Todo tiene un precio. Y por vuestra culpa, y también la mía en su momento, el coste del equilibro va a ser una guerra. Pero no se oirán bombas, ni disparos, solo los gritos angustiosos de enfermos que…

Su acompañante continuó hablando pero Tomás solo escuchaba ya un murmullo que poco a poco iba quedando más lejano. Porque él se estaba alejando de esa voz, y de la temperatura de la habitación, y del olor a hospital que la impregnaba, y de la suavidad de la manta que lo arropaba…

Y de la vida.

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Arena, selva y mar

Un hombre despierta en una playa, sin saber cómo ha llegado hasta allí, y decide adentrarse en las profundidades del lugar en busca de ayuda y respuestas. Pero hay ayudas que mejor no solicitar y respuestas que es preferible mantener entre las tinieblas del olvido.

La enfermedad de Shanak

Unas extrañas criaturas han aparecido en la isla de Shanak y están haciendo imposible la vida a sus habitantes. Pero alguien, cansado de esta situación, está dispuesto a llegar al fondo del asunto.

La sombra del adicto

A alguien, a quien ya no le queda nada, se le aparece una sombra en un momento culminante de su vida.

¿Quién o qué será esa aparición? ¿Qué intenciones tendrá?

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