La enfermedad de Shanak

Género: fantasía
Sinopsis: unas extrañas criaturas han aparecido en la isla de Shanak y están haciendo imposible la vida de sus habitantes. Pero alguien, cansado de esta situación, está dispuesto a llegar al fondo del asunto.
Tiempo de lectura: 15 minutos.
Foto de portada: @matmacq
Tamak se encontraba tumbado en la cama mirando el techo iluminado por la tenue luz de una vela que bailaba mecida por el aire de la habitación. Mañana iba a ser un día duro. Aprendió mucho de lo que su padre le enseñó en vida, y aunque hasta ahora, nunca había tenido que ponerlo en práctica, el momento de hacerlo había llegado. Se sentía orgulloso, ya que tendría la oportunidad de honrar sus enseñanzas y poner a prueba todo el tiempo de entrenamiento, pero no podía confiarse y tampoco menospreciar al enemigo, pues como bien él le enseñó, a la hora de la verdad cualquier adiestramiento es poco. Pero por ahora se había acabado el tiempo de entrenamiento y llegado el de pasar a la acción, pues no podía seguir esperando que alguien hiciese algo mientras veía a su gente caer ante las garras de esas criaturas. Cualquier día podía ser su madre la que apareciera desangrada a las afueras del pueblo, y eso si que no se lo perdonaría.
Cuando todos tienen miedo, si no hay valientes que den un paso al frente, todos están perdidos.
La puerta de la habitación se abrió suavemente y asomó la cabeza de su madre.
-¿Aún estás despierto hijo? -preguntó.
Él la miró y asintió. Su madre entró a la habitación, se acercó a la cama y Tamak se hizo a un lado para que pudiese sentarse. Ella lo miró y le apartó un mechón de cabello rubio de la cara con una suave caricia.
-¿Sigues pensando en esas criaturas? -Preguntó ella.
-No les tengo miedo -se adelantó a decir Tamak antes de que su madre terminase la frase.
Ella sonrió.
-Me recuerdas a tu padre, él nunca se permitía tener miedo, o al menos no permitía que los demás viésemos que lo tenía.
-Si papá estuviera vivo esto no estaría pasando -dijo Tamak frunciendo el ceño.
La madre miró hacia la vela y soltó un leve suspiro.
-Lo sé Tamak, estoy totalmente segura de ello.
Ambos se quedaron un instante en silencio imaginando que él aún estaba ahí, en la habitación con ellos, tranquilizándoles y diciéndoles que todo iría bien. Pero no era así y ahora era Tamak quien debía proteger a su madre y hacer que se sintiera tranquila. Al menos él, así lo sentía.
-El Rey se ocupará de ellos pronto.
Tamak soltó una carcajada forzada.
-¿De veras crees que el Rey hará algo? -Preguntó el chico incorporándose en la cama- Ese desgraciado no va a mover un dedo mientras tenga licor.
Su madre levantó el dedo índice y se lo colocó en los labios.
-No hables así del Rey, como alguien te escuche…
Tamak apartó la cara y no dijo nada más, aunque no le faltaban ganas. Ese no era su Rey, no era digno de ser llamado así. Tenía esperanzas de que algún día, el Verdadero Rey retomara de nuevo el poder en la isla y todo volviese a ser como antes de la independencia.
-Seguro que tienes razón madre -dijo Tamak dejando caer su mano por el otro lado de la cama y agarrando con fuerza el mango de su espada- alguien hará algo pronto.
-Seguro que ya lo están investigado -comenzó ella- pero tienes que entender que la situación es extraña, esas criaturas nunca antes se habían visto en la isla, deben de asegurarse de dónde vienen y después supongo harán algo para acabar con ellas.
Las palabras de su madre hicieron que aflorara de él un miedo primitivo, el miedo a lo desconocido. Estaba seguro de que no podían haber llegado solos, había algo más, alguien debió de haberlas traído con algún malvado fin. Acabar con esos engendros no sería una tarea difícil para él y su espada, o al menos en eso confiaba pero ¿qué encontraría después? ¿qué fuerza maligna los habría traído a esta isla?
Trató de parar esos pensamientos, pues no podía permitirse que le hicieran dudar, y mucho menos ahora que estaba totalmente decidido a comenzar su empresa a la mañana siguiente.
-Mañana iré a buscar bayas madre -dijo el chico mirando hacia otro lado, para que su madre no pudiera apreciar la mentira en sus ojos- saldré temprano.
-No deberías ir al bosque tal y como están las cosas -le reprochó ella.
-Tranquila madre, no me alejaré mucho.
-Está bien hijo.
Su madre lo besó en la frente.
-Deja de pensar, mañana necesitarás fuerzas para coger muchas bayas -Dijo su madre guiñándole el ojo con una sonrisa forzada.
Con un soplido apagó la vela dejando que la estancia se inundara por la luz azul de la luna.
Salió de la habitación y suspiró profundamente. Había visto la mentira en los ojos de su hijo a pesar de que él había tratado de evitarlo pero ¿qué podía hacer? Él ya no era un niño a pesar de que para ella siempre lo sería, con su edad su padre ya estaba en el campo de batalla luchando por el Verdadero Rey. Había llegado el momento de que él tomara sus propias decisiones, lo único que ella podría hacer era pedir a los Sumergos que cuidaran de él.
Tenía que dejarlo hacerse el hombre que un día fue su padre.
Tamak despertó temprano y, tratando de no hacer demasiado ruido, cogió todas las cosas que había preparado para la jornada: Una mochila con comida y agua para estar todo el día fuera, algunas vendas y un pedernal por si caía la noche y tenía que hacer fuego. Una vez lo tenía todo se colocó la mochila a la espalda y agarró la espada de su padre: una hoja corta recién afilada, fácil de manejar y letal como cualquier otra gran espada. Se quedó mirándola un rato, quizás hoy tendría que clavarla por primera vez sobre carne viva ¿cómo sería quitar una vida? Se preguntó, ¿qué sentiría? Su padre le había contado que la primera vez que segabas una vida se te quedaba clavada en el corazón, le dijo que tratara de no mirar a los ojos a su oponente, pues si lo hacía, esa mirada le acompañaría toda la eternidad. Ojalá solo tuviera que matar a esas abominables criaturas, pensó, seguro que eso sería como quitarle la vida a un ciervo, cosa que ya había hecho antes, pero estaba preparado para usar su espada contra cualquier enemigo, o al menos eso creía.
El sonido de la puerta le apartó sus pensamiento de la cabeza.
-¿Ya estás despierto hijo?
Tamak giró levemente su cuerpo para tratar de esconder la espada tras de sí.
-Sí madre, estaba preparándome para ir al bosque.
La madre se quedó apoyada en el marco de la puerta con los brazos cruzados.
-¿Qué es eso que tratas de ocultarme? -preguntó ella.
Tamak se quedó enmudecido por un instante, sacó la espada y comenzó a limpiarla con su capa.
-Solo estaba limpiándola, madre -dijo él con una forzada sonrisa.
Después volvió a dejarla en su sitio. Tendría que apañárselas para llevársela sin que su madre se percatara, si lo veía salir con ella sabría que tramaba algo y no quería preocuparla. Antes de que aparecieran esas criaturas no era necesario ir armado, nunca ocurría nada, pero después de que aparecieran por primera vez, siempre salía con una pequeña daga, jamás lo había hecho con la espada de su padre. Algo le decía que no podía irse esta vez sin ella, seguro que la necesitaría. Trataría de entrar por la ventana y cogerla sin hacer ruido mientras su madre desayunaba.
Se acercó a su madre y la beso.
-Me voy madre, no tardaré -mintió.
Trató de salir de la habitación pero su madre lo agarró del brazo y le dijo:
-Creo que sería buena idea que te llevaras la espada, estarás más seguro con ella.
A él se le escapó una sonrisa de alivio.
-Sí madre, tienes razón, con esas criaturas por ahí nunca se sabe.
Entró a la habitación y la cogió.
-Dame otro beso -dijo ella dándose unos golpecitos en la mejilla con el dedo índice.
El la besó.
-Te quiero madre.
-Y yo hijo.
Ambos sonrieron.
Tamak salió de la casa y se dirigió al bosque. Tendría que cruzarlo por el camino que dirige al norte, pues a pesar de que no se sabía de dónde venían las criaturas, siempre habían aparecido por esa dirección, así que todo el mundo sospechaba que venían de las montañas.
Tras un tiempo caminando comenzó a tener la sensación de que alguien le seguía, trató de agudizar sus sentidos en varias ocasiones pero no percibió nada. Decidió pararse a descansar un rato.
Se sentó sobre una roca, sacó un poco de pan y comenzó a comer. Empezó a sentirse con pocas fuerzas, era como si llevarse la comida a la boca le costase trabajo, como si pesara en cantidad. Apenas podía moverse ya cuando se percató de que estaban usando un zans contra él. Trató de concentrarse para evitarlo pero ya era demasiado tarde, alguien le estaba presionando el cuello con una daga.
-¿Quién eres? -dijo una voz- ¿y qué haces tan al norte?
Tamak quería moverse pero era imposible. Trató de mantener la calma y pensar, pero de repente empezó a sentir la leve necesidad de hablar, de responder a la pregunta que le había hecho esa persona. Pensó en qué mentira podría decirle, pero le resultaba difícil pensar, sus labios comenzaron a moverse tratando de articular palabras a pesar de que él aun no sabia que decir. Se rindió ante esa opresión mental que sentía y entonces la verdad se pronunció entre sus labios como si tuviera vida propia y quisiera escapar de ellos.
-Estoy tratando de averiguar de dónde vienen esas criaturas.
Sintió que la fuerza de la daga contra el cuello cedía y también la presión de la cabeza. Entonces puso un poco de su parte y con energía dio un salto hacia delante para zafarse de su oponente. Se levantó rápidamente y desenvainó su espada. Delante suya tenía a alguien vestido con una túnica y con la cabeza encapuchada.
-Tranquilo -dijo el extraño envainando su arma- solo quería saber si estabas de mi parte.
Se quitó la capucha y Tamak pudo ver que era un chico joven, quizá de su misma edad. Nunca antes lo había visto, así que no era de su pueblo.
-¿Quién eres? -preguntó Tamak- Yo ya te he dicho la verdad, ahora te toca a ti.
El extraño sonrió.
-Tu no me has dicho la verdad, yo te la he hecho decir.
Tamak no conocía el uso del zanstro, así que trató de usar sus habilidades comunicativas.
-Sea como fuere tu tienes ventaja, igualemos esto.
El extraño se sentó en la misma roca que antes estaba Tamak.
-Tranquilo, mi nombre es Sandag, y estoy aquí por lo mismo que tu. Guarda la espada, si quisiera matarte ya lo hubiera hecho antes.
Tamak pensó que tenía razón, envainó la espada y se sentó a su lado.
-¿Eres de Fehnek? -curioseo Tamak.
-Así es.
-¿También os están molestando esas criaturas? -preguntó Tamak.
-¿Molestando? -dijo Sandag dando un salto- Nos han atacado, un ejército de ellos. Han destrozado mi pueblo y… -calló y miró al suelo, pero se armó de valor, levantó la cabeza y añadió- han matado a mis padres.
Tamak quedó sorprendido, ellos solo recibieron ciertos ataques aislados, habían matado a algunos que se aventuraron más allá del pueblo desarmados, pero nada comparado con un ataque.
-Lo siento mucho.
-Esta bien, pero acabemos con esos gauzos.
-¿Gauzos? -preguntó extrañado Tamak.
-Así se llaman, mi padre me contó que los había visto antes en Nemeda, pero nunca en la Isla. También me dijo que era imposible que hayan llegado hasta aquí solos. Son dóciles, por lo que estoy seguro de que hay alguien detrás de ellos.
-Acabemos con quien sea que esté detrás de la muerte de tu familia -Dijo Tamak levantándose y extendiendo su mano hacia Sandag.
El chico se la aceptó y Tamak lo impulsó para ayudarlo a ponerse en pie.
-Hagámoslo -añadió Sandag.
Juntos continuaron hacia el norte. Sandag le contó que en su pueblo estaban preparando una partida para investigar, tenían pensado ir al pueblo de Tamak, Lenidar, para buscar más personas dispuestas a luchar, pero justo entonces recibieron el ataque. También hablaron sobre sus padres, ambos habían luchado de la mano del Rey Celdric, también conocido en Shanak como el Verdadero Rey después de que la isla se independizara del reinado de Celdric y tomara el poder el Rey Lerion en la isla, al cual la mayoría no aceptaba como tal.
El bosque iba desapareciendo tímidamente y la mayor parte de los árboles quedaban a sus espaldas permitiéndoles así apreciar las montañas de Shanak.
Estaban ascendiendo por el abrupto terreno cuando de repente escucharon una multitud moviéndose rápidamente. Se escondieron tras una roca y pudieron ver como delante de ellos pasaba un grupo de criaturas. Medían poco más de un metro de altura, caminaban encorvadas sobre dos patas que acababan en garras, al igual que sus manos, tenían el cuerpo entero cubierto de pelo y dos ojos redondos y oscuros como el hollín. Aguardaron hasta que estos se perdieron de vista.
-Veamos de dónde venía ese grupo -Dijo Tamak.
Siguieron el camino por encima de las rocas para no ser vistos en caso de que más criaturas pasaran por allí, hasta que, bajo ellos, pudieron apreciar una gran hendidura en la roca.
-Sin lugar a dudas venían de esa cueva -dijo Sandag.
Y ambos comenzaron el descenso hacia ella.
Llegaron a una gran grieta de varios pies de alto que penetraba en las oscuras profundidades de la montaña.
-Necesitaremos algo para ver ahí dentro -dijo Tamak.
-Dame un segundo -contestó Sandag.
El joven cerró los ojos, alargó su mano colocando la palma hacia arriba, y comenzó a respirar profundamente. Tamak lo miraba extrañado preguntándose qué estaría tramando. El brazo de Sandag empezó a vibrar suavemente, como si una energía estuviera moviéndose a través de él. Entonces Tamak se percató de que una leve luz había aparecido sobre la palma de la mano de Sandag. Era tenue pero ganó poco a poco intensidad hasta convertirse en una esfera lumínica que iluminaba toda la entrada de la caverna.
Tamak se quedó mirándolo boquiabierto.
-¿No has visto muchos zanstrogos verdad?
El chico negó con la cabeza.
-Mi padre me ha hablado del zanstro pero nunca había tenido la oportunidad de verlo tan de cerca.
-No hay muchos zanstrogos en esta isla, y los que lo somos, no lo vamos mostrando por ahí.
Ambos se adentraron en la caverna y recorrieron sus caminos durante un tiempo, unos pocos les llevaron a grandes galerías en las que encontraron restos de animales muertos, otros, llevaban a lugares sin salida, algunos se estrechaban hasta el punto que ninguna persona podría pasar por ellos, quizás otras criaturas si… La caverna era todo un laberinto. Se guiaron usando el pedernal de Tamak, marcando los caminos por los que ya habían pasado para no volver por ellos. Caminaron y caminaron pero no encontraron señales de vida.
Se pararon a descansar en una galería.
-Aquí no parece haber nada, quizás tengamos que salir y buscar otras cavernas -dijo Tamak.
-Creo que… -Sandag calló de repente al ver la cara de sorpresa de Tamak y se dio la vuelta.
Ambos vieron como un gauzo traspasaba una pared de roca. Después otro. Y otro. Los chicos se quedaron sin mover ni un dedo, deseando que las criaturas no se percataran de su presencia, pero no fue así. Uno se giró y gruñó, acto seguido los tres se abalanzaron sobre ellos.
Tamak desenvainó su espada y se colocó en posición de combate. Justo cuando el primero de los gauzos se lanzó hacia él sintió que algo caliente pasaba por su lado, giró la cabeza y vio una pequeña bola de fuego que acabó impactando en la criatura quemándole el pecho. El que venía tras este se paró en seco conmocionado por el fuego, pero el que lo seguía se lanzó con rabia contra Sandag, Tamak se interpuso en su camino y cargó contra él. El gauzo cayó al suelo y el chico aprovechó para clavarle la espada en el pecho. Sintió como la carne se abría al paso de su filo con facilidad hasta que tocó algo duro, no sabía si era el suelo de la caverna o algún hueso de la criatura, que estiró sus brazos con fuerza y comenzó a revolverse mientras gruñía de dolor. Justo entonces otra bola de fuego impactó en uno de los otros gauzos.
Tamak extrajo su espada embadurnada en sangre y se giró rápidamente encontrándose con otro de los gauzos frente a él. Levantó su arma y la dejó caer sobre este haciéndole un corte en el hombro, después dio un salto hacia delante colocándose en la retaguardia de la criatura para clavarle su filo en la espalda. Esta cayó de frente y se quedó convulsionando en el suelo.
Se dispuso a acabar con el que restaba pero Sandag ya se estaba ocupando de él. El zanstrogo tenía sus manos apuntando al gauzo y este se revolcaba mientras ardía.
Tamak miró a Sandag y vio que estaba sudando a mares y respirando con dificultad. Después agachó la vista y se miró a sí mismo, estaba manchado de sangre. Envainó la espada rápidamente y comenzó a tocarse por todos lados mientras preguntaba a su compañero que tal estaba.
-Bien -respondió Sandag- solo cansado, ha sido un gran gasto de energía.
-Yo también estoy bien, la sangre no es mía -dijo Tamak dejando de tocarse el cuerpo.
Ambos se acercaron a la pared de la que habían salido los gauzos y vieron que no era totalmente opaca, la tocaron y sintieron como sus dedos la traspasaban. Tamak apartó rápidamente la mano asustado pero Sandag continuó hasta traspasarla por completo.
Después de un segundo de duda Tamak cerró los ojos y se lanzó contra ella pasando a través.
-Estaba seguro de que había alguien detrás de estos bichos -dijo el zanstrogo.
-¿Esa pared había sido creada con el zanstro? -preguntó Tamak.
Sandag asintió.
-Ahora si vamos por el buen camino.
Ambos chicos continuaron a través de la caverna con cautela hasta que vieron que frente a ellos salía una luz. Se acercaron y llegaron hasta una gran galería con antorchas en las paredes, aunque la luz que emitían no era la que ellos habían seguido. Había algo que emitía mucha más, algo que ellos nunca antes habían visto.
Una persona se encontraba de pie y de su cuerpo salía un haz de luz que llegaba hasta un gran óvalo formado por esta iluminación, a través de este podía verse algo. Tamak se fijó y le pareció el reflejo de la cueva y de la persona.
-¿Qué es ese gran espejo? -preguntó.
-No es un espejo, es un portal -respondió Sandag asombrado- nunca había visto uno. Lo que te parece el reflejo es otra persona que está al otro lado del portal, pues se necesitan a dos zanstrogos para mantenerlo abierto, uno en cada lugar entre los que se quiere abrir el portal. Así es como están trayendo a esos bichos a nuestra isla y si lo mantienen abierto es porque están pensando traer más, tenemos que darnos prisa. En cuanto uno de los dos deje de usar el zanstro el portal se cerrará.
-Entonces solo podremos acabar con el zanstrogo que se encuentra a este lado del portal -dijo Tamak.
Sandag se quedó un instante pensativo y después dijo:
-Tenemos que acabar con los dos, tengo una idea.
Ambos se acercaron sigilosamente por detrás del zanstrogo hasta colocarse escondidos tras una roca.
-Yo correré hacia el portal, tu hacia el zanstrogo, en cuanto atraviese el portal atácale por la espalda -explicó Sandag.
-Pero entonces se cerrará el portal ¿cómo vas a volver? -Preguntó Tamak.
-No te preocupes por eso, hagamos lo que hemos venido hacer.
Acto seguido Sandag echó a correr dejando a Tamak con la palabra en la boca, este se incorporó rápidamente y salió tras él mientras desenvainaba su espada.
Los zanstrogos estaban tan concentrados que no parecían inmutarse de lo que ocurría alrededor. Una vez que Sandag se encontraba a un paso del portal saltó lanzándose a través de él mientras gritaba:
-¡Ahora!
Tamak agarró su espada con las dos manos y estocó al zanstrogo por el lado izquierdo de su espalda, justo en el corazón. Este emitió un grito desgarrador e instantáneamente el portal se esfumó. El zanstrogo cayó fulminado boca abajo.
Tamak se quedó de hielo mirando al cuerpo inerte que yacía a sus pies. Por un momento tuvo la idea de darle la vuelta, no sabía si para comprobar si estaba muerto, o por simple curiosidad. Pero se acordó entonces de las palabras de su padre y prefirió dejarlo así. Después pensó en Sandag ¿Adónde habría ido a parar? ¿Habrá podido acabar con el zanstrogo? ¿Volverán a verse algún día?
Solo el tiempo respondería tales preguntas, pero aún quedaba trabajo que hacer.
Cogió una de las antorchas de la pared y se dispuso a salir de la caverna.
Tamak logró salir de las cavernas con cierta dificultad, el sol de la mañana ya reinaba en el cielo, había pasado mucho tiempo fuera y su madre estaría muy preocupada. Caminó por el bosque dirección a su hogar pensando cuál sería el siguiente paso, tenía que acabar con todo los gauzos que quedaban en la isla. Al menos le quedaba la satisfacción de que no iban a venir más, aunque tendría que darse prisa, pues estos podían reproducirse.
Agitó la cabeza para tratar de quitarse esos pensamientos, ahora solo debía descansar y después tendría tiempo para trazar un plan.
Tras varias horas caminando hacia su pueblo comenzó a oler humo, a madera quemada. Cuanto más se acercaba al pueblo el olor era más intenso, lo que le hizo ponerse nervioso. Comenzó a correr con las pocas fuerzas que le quedaban para llegar cuanto antes, sin duda algo debía haber ocurrido.
Cuando salió del bosque y los árboles ya permitían ver el horizonte distinguió una cortina de humo sobre su pueblo. Su rostro palideció y unos sudores fríos comenzaron a resbalar por su espalda.
Corrió, corrió y corrió con todas sus ganas, el cansancio ya se le había olvidado por completo. Cuando llegó vio que algunas personas lanzaban cubos de agua sobre los tejados de las casas que aún estaban ardiendo, el suelo estaba lleno de cadáveres, tanto de gauzos como de personas.
-¿Qué ha pasado? -preguntó Tamak jadeando a un hombre que se encontraba sentado en el suelo con la cabeza gacha.
Este levantó la mirada y la clavó en el chico.
-Un infierno, ha sido un infierno -contestó, y seguidamente comenzó a llorar.
Tamak echó a correr sin mediar más palabra hacia su casa. Llegó y vio que, al menos, no estaba quemada. Entró dando un empujón a la puerta que casi la echa abajo.
-¡Madre! -gritó.
Pero no obtuvo respuesta.
Fue hacia el cuarto de su madre pero allí no estaba.
-¡Madre! -volvió a gritar, esta vez casi desgarrándose la garganta.
Se dirigió rápidamente hacia su cuarto, abrió la puerta y allí estaba ella. Boca abajo, con medio cuerpo sobre la cama de Tamak y otro medio por fuera.
-Madre -repitió, esta vez susurrando.
La agarró suavemente y la volteo. La cama estaba empapada en sangre y las lágrimas comenzaron a mezclarse con el sudor de su rostro.
La abrazó con fuerza mientras lloraba y lloraba como nunca antes lo había hecho.
Colocó el cuerpo difunto sobre su cama y la miró a los ojos. Entonces se dio cuenta de que esa mirada, y no la de su primera víctima, sería la que le acompañaría toda la eternidad.
En algún lugar lejano, totalmente desconocido, se encontraba Sandag, en el suelo de otra caverna. A su lado el cuerpo inerte de una persona y muchos más de gauzos abrasados por las llamas. El chico estaba completamente exhausto, apenas podía abrir sus párpados, casi ni sentía su respiración, pero el corazón le latía con fuerza, solo era eso lo que le daba la certeza de que aún estaba vivo.
Escuchó unos pasos que se acercaban lentamente, pero no le quedaban fuerzas para girarse a ver quien era y mucho menos para seguir luchando. Quizás había llegado su momento, pero se sentía orgulloso, había vengado la muerte de sus padres, había cumplido su cometido.
Los pasos se escuchaban más cerca.
Pensó en lo ocurrido en esa caverna segundos atrás, jamás había experimentado tanto poder en sus manos, siquiera sabía como lo había conseguido. Solo se había dejado llevar por el zanstro.
Los pasos ya se escuchaban casi a su lado.
Trató de hacer un último esfuerzo para incorporarse, pero se dejó caer, le era imposible.
-Tranquilo, ahora puedes descansar -dijo una voz con tono sereno.
Sandag trató de decir algo pero de sus labios solo salió un leve balbuceo. El extraño chasqueó los dedos y otra persona cogió al chico en brazos.
-Tienes mucho poder, pero tendrás que aprender a usarlo -dijo el extraño.
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